Nube se suspendía en el aire, flotando, flotando hacia quién sabe donde, flotando hasta quién sabe cuando... Pero a nube eso no le importaba. Le bastaba con saber que flotaba y dejarse llevar.
Viento, siempre fiel viniese por donde viniese, la arrullaba de un lado a otro y se maravillaba con los jirones que surgían de su perlada piel cada vez que se pasaba con la velocidad.
Luna, tan coqueta como siempre, se entretenía observándose en la superficie del mar cristalino cada anochecer, exceptuando aquellas noches en las que se encontraba demasiado cansada como para hacerse notar en el cielo.
Para molestarla y reirse de ella, viento solía mecer a nube hasta situarla entre luna y su espejo marino. Con lo que luna enfadada empujaba a nube y la hacía llorar sobre tierra, quien también molesta estiraba sus verdes brotes hacia sol, a modo de queja, pero tierra era comprensiva y paciente, por lo cual, tampoco se agitaba sobremanera.
Nube solía llorar con demasiada regularidad, cuando otra nube se chocaba con ella, cuando sol se escondía a sus espaldas o cuando se sentía demasiado pesada como para seguir flotando sin rumbo fijo. Lloraba y lloraba... De tal manera que tierra se volvía más y más verde hasta el punto de enfermar y dar a luz a unos diminutos seres con voz y mente.
-¿Cómo les vas a llamar tierra?- La interrogaron el resto de entes mientras continuaban con sus juegos y quehaceres.
-Les llamaré humanos. -Sentenció la maternal tierra, quien los cuidó con mimo entre sus verdes senos.
-¡Humanos! -Se sorprendió nube, cuando , sin quererlo, había ya tomado la decisión de observar a aquellos pequeños seres mientras flotaba sin rumbo fijo por el aire.
Los humanos proliferaron con rapidez en tierra, y lo que antes había sido una enfermedad para ella, ahora era la alegría que la mantenía alzada en verde.
Sin embargo, como los niños que se malcrían, los humanos, al no ser capaces de escuchar a tierra, la dañaban sin quererlo con sus acciones. Caza, construcción, guerras...
Preocupada por su amiga nube quiso hacer algo, le pidió que se los sacudiera de encima, pero la paciente tierra, con mimo, le explicaba que eran niños y esperaba que en algún momento madurasen hasta aprender a escuchar las voces que les rodean. Sin embargo nube, tras haberlos observado durante mucho tiempo, no estaba muy convencida de ello. Sabía que los humanos eran seres demasiado enérgicos y frenéticos como para prestarles atención a ellos, y la situación en la que veía a su desdichada amiga no podía causarle más dolor.
Nube se infló y se infló, pesada tras olvidarse de llorar y cuando viento le preguntó que era lo que ocurría estalló a llorar de una forma tan violenta, que por un momento los humanos escucharon y pararon de hacer lo que solían, estremecidos por las consecuencias de un llanto tan brutal. Creyeron saber lo que pasaba, se prometieron cambiar las cosas y cuidar a su madre , ahora enferma.
Por desgracia, los objetivos de los humanos se pierden con facilidad, y bastó algo de tiempo y el día a día para que esas promesas se diluyeran en el mar. Por ello, cada vez que los humanos olvidan cuidar lo que tienen, nube se entristece por su inconstancia y llora, lo peor de todo es que hoy está lloviendo sobre mi casa.
Alfredo Gil Pérez 10/11/2009
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