Revista Bohemia

Revista cultural, libre pensamiento, opinión y respeto.

Lluvia



Pasaban ya las 10, el sol se ponía religiosamente tras las montañas y yo seguía allí, postrado bajo el dintel de aquella antigua ventana de madera caoba, mientras me entretenía observando el panorama de aquella oculta zona rupestre.

La iglesia del pueblo de Reboreda, (Redondela) se alzaba ante mí, con sus tétricas sombras y frondosas marcas de humedad sobre la piedra gallega. Me bastaba con recrear la vista protegido del manto de agua fina cómo dientes de león que se desmoronaba sobre nuestro techo. Nada podía compararse con la quietud de aquel ambiente al mismo tiempo tan dinámico, la ciudad quedaba atrás y además lejos, eso si hablamos de la mía...


"El mejor invento de todos los tiempo, y no lo ha hecho el ser humano" Susurraba para mis adentros mientras seguía con mi dedo índice la trayectoria de una perla de agua cristalina que juguetona bajaba por el cristal de aquella ventana. Pero en un zarandeo de la misma ocasionado por el viento otoñal, se escapó de mí, precipitándose a la calle mojada por la que un improvisado torrente de agua se deslizaba.

Instintivamente abrí una se las hojas de la ventana y me asomé para tratar de seguir, sin éxito, el camino que había tomado ahora fundida entre sus compañeras. ¿Sería la misma gota?


El frescor del agua rozando mi nuca y deslizándose por mi rostro hasta desprenderse de él, me hizo cerrar los ojos y querer disfrutar de la lluvia como es debido. Pues ya se sabe que para entender las cosas hay que mojarse en ellas, nunca mejor dicho... Así que me decidí a salir por el patio trasero a la explanada que se extendía tras la casa en la que nos alojábamos.


El primer paso fuera y la sensación del agua derramándose libre sobre mí hizo que se paralizaran cada uno de los sentidos para centrarse en aquella curiosa experiencia. Tuve ganas de saltar y salté, ganas de gritar y grité. Me sentía eufórico como un niño de ojos grandes que corretea divirtiéndose a cada paso como si fuera el último pero sin planteárselo. Sin plantearse nada más allá del juego. Con la mente libre, ligera, como las briznas de agua evaporada que se condensaban sobre mi cabeza.


Una lágrima conmovida se escapó de mis ojos, lo supe por su sabor salado, y me di cuenta de lo grandioso de la vida para aquél que sabe disfrutarla. Aquel que aprovecha el tiempo y es capaz de evadirse del resto en situaciones como aquella, para disfrutar de la inmensidad y fuerza de cuanto le rodea.

Mis ropas pesaban ahora más que de costumbre debido al agua que se arremolinaba entre sus fibras. Al escurrirla chorros caían siguiendo su curso y por mi mente la trayectoria de lo que esperaba fuera mi vida se dibujaba como un esbozo, que como todo buen pintor sabe, cambia con las decisiones que tomemos en el lienzo de nuestros días, pero no deja de ser una apasionante intención de querer pintar. Miré hacia donde me permitía la densa cortina de agua, di la vuelta y regresé a la entrada de mi morada, aunque nunca hubiera sentido la sensación de haberla abandonado.



Alfredo Gil Pérez 10/01/2010

0 comentarios:

Publicar un comentario